Tomás Díaz Cedeño tiene una lista fija de intereses. En sus tres exposiciones individuales–Vasijas es su tercera–se ha preguntado cómo el cuerpo es o puede ser representado. Ha sondeado los límites entre la objetualidad y la humanidad, además de examinar el rango expresivo que representan los objetos físicos cuando se ven forzados a formar parte de relaciones previamente desconocidas, en un encuentro artístico obsesivo. Díaz Cedeño analiza estas problemáticas a través de un lenguaje visual delicado, tenue e incluso grotesco, basándose en un intercambio comprometido e íntimo con los materiales que utiliza.
En la exposición Dispossessed souls, no man was my brother (2013), las esculturas extendidas y penetradas, asumían un erotismo explícito; colgadas y expuestas de estructuras que parecían látigos, se desmoronaban hacia el suelo. En Wetworks (2015) Díaz Cedeño restringió sus esculturas de manera más tradicional: con un marco. Sin embargo, la obra mantuvo su carácter rebelde. Los cuadros, separados del muro y parados sobre el piso de la galería, proponen una relación más confrontacional con el espectador, Díaz Cedeño le otorga una tercera dimensión a sus esculturas casi bidimensionales. Con la parte posterior de las esculturas expuestas, el espectador tenía la impresión de estar cometiendo algo ilícito.
En Vasijas, Díaz Cedeño deja atrás su relación mayormente intelectual con la abstracción; en la cual sus obras desafiaban la objetividad concreta a través de un lenguaje monocromático e iterativo, para acoger un vocabulario enraizado en la vida mexicana cotidiana. Monstruosos, toscos y bestiales, los “amuletos”, como los llama Díaz Cedeño, replican a los sistemas de creencias marginalizados.
Las esculturas de Díaz Cedeño, a través de un proceso al que él llama “remodelación morfológica”, se apropian del lenguaje matérico y simbólico de la brujería. Montadas a la pared, las estructuras protectoras y míticas revisten materiales orgánicos e inorgánicos representativos de rituales populares, objetos que uno puede encontrar al deambular por los mercados de Ciudad de México. Díaz Cedeño retoma su enfoque a tratamientos materiales como el yeso, pero ahora los aplica a materiales naturales como fibra vegetal y tela orgánica—revitalizando la técnica original que dominó en sus obras anteriores. El resultado es algo que parece piel, insólita y sintética, y envuelve el paisaje precario y ritualista de cada escultura: un soporte escarpado, suturado bruscamente, que oscila entre consistencias orgánicas e inorgánicas.
Esculturas que alguna vez contemplaron la manera sobrenatural en que cobran vida los objetos; conjurado a través de una relación íntima entre objeto y cuerpo, ahora incorporan un idiolecto visual con características supersticiosas y salvíficas típicas de la Ciudad de México, la ciudad natal de Díaz Cedeño donde actualmente trabaja.
Un clavo, una corona de espinas, semillas, pieles. En Vasijas, estos materiales se impregnan de un sentido de urgencia, resultado de una aspiración individualista espiritual y la ansiedad que ésta conlleva; un anhelo de sosiego. Esta forma de ocultismo orientada a objetos -lo que Díaz Cedeño ha descrito como un cuestionamiento del objeto basado en materiales, a manera de representación del misticismo inherente del cuerpo- encuentra un nivel nuevo de complejidad. Las esculturas en Vasijas re-plantean la exploración del artista acerca de la fragilidad, debilidad, deseo y representación; todo dentro de las estructuras sociales y económicas que gobiernan al extraño y contradictorio negocio de la salvación.
— Nika Chilewich