POEMA PARA AMARRAR AL ESPECTRO QUE ME MIRA DIBUJAR
Para ellos.
Nunca para él, que ha dejado de ser mártir.
Aquel año se terminó la era de la eyaculación revolucionaria. Ya no caminamos juntos, pensando en poner el cuerpo rebelde clasemediero en la cancha. Esos cuerpos se extinguieron, los que sobreviven sólo existen namás en la madrugada. En ése momento de la oscurana donde podemos producir y al amanecer; dormirnos. La oscurana es nombre femenino, y significa falta de luz o claridad.
El cansancio me cansa. El cansancio me hace producir. El cansancio me hace dibujar. El cansancio me hace escoger el papel bond. El cansancio me cansa. El cansancio me amansa. El cansancio me hace sentir a los demás que estoy domesticado. Y es verdad. Pero el cansancio no me duerme y nunca me dormirá. En la vigilia puedo resistir. Si me duermo, me muero, me matan y mato. Porque poder dibujar es ejercer el oficio de tinieblas. La mano productora de la noche. Entre más me canso, mejor dibujo. Dicho oficio se ejerce los días miércoles, jueves y viernes santos al caer la tarde para preparar interior y exteriormente la memoria de la muerte. Prepararse para la víspera de un modo de producción que siempre luego va a llegar. Al menos aquí, debajo del puente de concreto, la sofisticación de los materiales sobra. Las luces del templo y las velas se van apagando una tras otras, para quedar casi a oscuras y empezar a dibujar. Sólo queda encendido un cirio que nos recuerda nuestra propia muerte y la llegada del cansancio como aquel aire frío y sobrenatural que nos acompaña, que está encima de nosotros, que nos acecha e intenta despertar pero que no podemos agarrar.
¿Cómo nos encontramos en la obscuridad? ¿Nos podríamos manifestar? ¿Nuestra gente tiene visión nocturna como la de los gatos y la de los guerrilleros acostumbrados a las sombras? ¿O sólo nos queda dibujar a oscuras y, finalmente, perder la vista?
La oscurana es nombre masculino, es presencia de la nostalgia revolucionaria que se pierde en la noche, que se cree hombre y que sólo es un espectro de Él. Él en el espacio blanco que yace debajo del concreto, en donde hay imágenes cubiertas. Las cubre el velo de la espera, inútil para el progreso.
Dibujar después de correr, dibujar después de haber caminado tanto, dibujar después de haber cogido sin ganas por milésima vez. Cuando acabo de correr, de coger, de correrme, de cogerme sin cogerte nunca, sin dibujarte nunca tampoco. Poder correr y coger al mismo tiempo, una cogida acelerada de los medios múltiples, entre la pintura y el dibujo, sería una nueva manera de correr-se. Y así, finalmente, podríamos inventar una nueva manera de dibujar. Una manera acorde a lo que fantaseamos sexualmente como cogida neoliberal —¿a qué nos referimos con “neoliberal” o con “coger”?; dos términos que usamos todo el tiempo. Pero entonces me acuerdo que no puedo coger porque me faltan las piernas para correr y sólo puedo dibujar los contornos de las pisadas que dejé. No me alcanza para nada más, sólo para papel bond.
¿Cómo poder dibujar los pedazos en el lodo que dejamos? ¿Cómo volver a alinear-me— alinear-nos—, si a todos nos cayó un pedazo de lodo en la mirada, cuando metimos la cabeza para poder encontrarnos? Si a todos nos cayó un pedazo de noche, mientras creíamos prender las velas, mutuamente.
Estos dibujos fueron extraídos de un lago de lodo. Cuando la institución se volvió un ente igual de abstracto que las palabras neoliberal, Estado, y poder. Ninguna de ellas existe como dicen los expertos, y aún así les seguimos teniendo miedo. Éso, ante nuestras reminiscencias de juventud en éxtasis revolucionario, nos retiembla en el cuerpo, y no sabemos qué nos duele cuando llega. Pensamos que es vejez, pensamos que es falta de luz tal vez, pero sólo es Él viéndonos dibujar sin que nadie se dé cuenta que ya no somos públicos. La institución dejó de dolernos hace mucho tiempo en el cuerpo, porque ya no significa una amenaza, porque ya no significa nada.
El peso muerto de un dibujo hace que se hunda más rápidamente en el fango, por eso fue tan complicado lanzar el anzuelo, para que ellos solitos regresaran. Por eso, fue tan complicado traerlos de regreso porque los dibujos se adelgazan con el miedo. Aquellos dibujos desconfían de nosotros porque nos asumimos intocables y lo perdimos todo. Y ya nunca más volvimos a tocarnos.
No se trata de un resultado, eso ha dejado de existir como posibilidad; ni siquiera se vislumbra como el amanecer de una pregunta por los modos de producción precarizado que proviene de una burguesía venida a menos que exhala su último aliento. ¿Entonces qué somos? Tal vez sombras caníbales que se alimentan de procesos que se venden como resultados. Estar en las sombras es agotador, la vista se cansa, porque es una vista que es forzada a caminar en la obscuridad, porque ninguno somos gatos, guerrilleros, gatilleros. Los gatilleros podríamos soñar, que serían los primeros que formarían las primeras filas de la guerrilla institucional que ya no sería estatal, porque no estamos seguros de que el Estado exista, pero los gatos sí, entonces tal vez sería la única que podría ser capaz de despertarnos.
Dibujar es perder la sombra, dibujar es caminar con alguien atrás siguiéndome, dibujar, es dibujarte sobre la carne, dibujar es, desdibujarme en el papel barato que inevitablemente va a desaparecer, dibujar es reconocer a los otros antes y debajo de mí. Dibujar es esperar a que les dibuje como muertos vivientes de la memoria manual y precaria. Dibujar es reconocerme en un medio en donde no puedo mentir, aunque sí puedo esconderme. Dibujar es hacerte pensar que me estás viendo, pero eso no es y no será nunca cierto. Los únicos que saben quién soy son los que me miran dibujar a la medianoche. La oscurana es y será nombre femenino, espectro de la espera, es el espíritu de aquel que me prometió llevarme consigo y con mi maleta de dibujos…
¿Cómo se dibuja el miedo?
No sé si se pueda dibujar el miedo si sólo hay ansiedad, y la ansiedad, en aquel año, se convirtió en tristeza.
Alíneame, noche, dibújame la enfermedad.
Aquel verano en donde la desesperación se convirtió en oficio y el silencio en malestar,
En donde dormir mata, mátame noche, dibújame las entrañas y amárrame para siempre.
ahí lo encontré, en donde las marchas se convirtieron en tumbas con imanes,
Descánsame noche, que me duermo y tengo que seguir dibujando,
trazando el cansancio que se transformó en condena,
y en la manera de dibujar
y de volver a reunirnos,
no están condenados aquellos que nos ven dibujar sin que nos demos cuenta,
Aquellos que duermen, que no están con sueño, y que nos miran cansarnos,
sin nosotros,
reunidos.
dibujados.
la condena del cansancio.
Paloma Contreras Lomas